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9 de agosto de 2011

Lluvia dorada

La urolagia, urofilia u ondinismo se manifiesta, según l@s expert@s, en diversos grados: 1) Masturbarse mientras huele un pañuelo empapado en orina; 2) Escuchar el chorro de orina; 2) Ver orinar a otros; 3) Beber la orina de otro; 4) Pedir al otro que orine sobre el urofílico. Siendo estrictos, sólo a esta última práctica puede llamarse “lluvia dorada”. 

La mayoría de fuentes coinciden en que “es natural que al tratarse de un acto íntimo y privado, provoque cierta excitación observar cuando otro orina”, pero que esta afinidad se vuelve problemática cuando provoca una excitación sexual excluyente, es decir, cuando se convierte en la única manera de obtener un orgasmo. Lo mismo podría afirmarse de cualquier otra variante sexual, e incluso de las opciones más tradicionales: si el misionero es la única alternativa en la que encontramos placer sexual, es muy probable que algo no esté funcionando bien en nosotr@s.  

Con la lluvia dorada ocurre algo muy similar a lo que puede encontrarse en exploraciones como el sexo anal, o el sadomasoquismo: más que la práctica en si misma, lo que resulta atractivo es el carácter de prohibido que ésta tiene, la sensación de rareza que produce, el sentimiento de atravesar el límite de lo correcto. Fíjense que no digo que esto ocurra (que la lluvia dorada, por ejemplo, sea un práctica “incorrecta”) sino que en nuestro imaginario se le ha asignado ese lugar, y resulta gratificante transgredirlo. Supongo que es ese placer que produce lo extraño, lo que lleva a much@s a afirmar que “lo hicimos por probar algo nuevo”, o “porque nos parecía muy raro y nos llamaba la atención intentarlo”. 

Contrario a lo que podría pensarse inicialmente, la lluvia dorada es una exploración muy común entre las parejas estables, que han logrado alcanzar ciertos niveles de confianza. Por obvias -aunque lamentables- razones, no es algo que se comente a la ligera, pero tengo el privilegio de generar en las personas cierto grado de complicidad que les permite hablarme con tranquilidad de su intimidad, y no son pocas las oportunidades en que sus relatos incluyen sesiones del tipo que nos ocupa hoy. Las más de las veces se trata de episodios aislados que les permiten decir “lo hice y me gustó, o no me gustó… pero lo hice”. 

Incluso es posible extraer de tan variadas experiencias algunos consejos útiles: si se es quien recibe la orina cerrar los ojos resulta una buena idea; si vamos a ser los que orinamos a nuestr@ compañer@ es recomendable ingerir una buena cantidad de líquido que garantice fluído abundante y claro (éste es menos oloroso); y finalmente, una tina es el lugar ideal para hacerlo, por aquello de que los rastros pueden luego limpiarse con facilidad. Una pareja me contaba, por ejemplo, que tras haberlo conversado en varias ocasiones el impulso los tomó por sorpresa una noche, en una residencia, cuando el juego sexual los había llevado hasta el piso y sin tener ocasión de advertir que la habitación estaba entapetada. Así las cosas, tuvieron luego que salir, bastante avergonzados, casi a las carreras, dejando tras de sí una habitación que demoraría bastante en ser adecuada para una nueva visita. 

POR SOFÍA































YO TAMBIEN QUIERO QUE ESTOS CHICOS ME BAÑEN DE ORINA!


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